
Hirahata
Seitō (1905-1997) fue un distinguido poeta japonés de haiku y
psiquiatra, originario de la prefectura de Wakayama. Nacido como
Tomijirō Hirahata, cursó estudios de medicina en la Universidad
Imperial de Kioto, especializándose en psiquiatría, y se licenció
en 1931. Su andadura poética comenzó en 1925, durante sus años
universitarios, colaborando en revistas de haiku como «Kyōkanoko»,
«Ashibi» y «Hototogisu». En 1933, junto a contemporáneos como
Inoue Shiro y más tarde Saitō Sanki, cofundó el grupo «Kyōdai
Haiku», situándose a la vanguardia del Movimiento Haiku de Nueva
Tendencia (Shinkō Haiku). Este movimiento buscaba infundir
sensibilidades modernas al haiku tradicional, desafiando las normas
establecidas.
Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial,
el gobierno japonés reprimió este movimiento vanguardista, lo que
llevó a la detención de varios poetas de haiku, entre ellos
Hirahata, en lo que se conoció como el «Incidente de la Persecución
del Haiku». Fue condenado a dos años de prisión, con suspensión
de la pena durante tres años. Tras la guerra, Hirahata colaboró con
notables poetas como Seishi Yamaguchi y Takako Hashimoto,
contribuyendo a la fundación de la revista de haiku «Tenrō» en
1948. Sus contribuciones literarias fueron reconocidas con
prestigiosos galardones, entre ellos el Premio Dakotsu en 1971 por su
colección de haiku «Tsubokoku» y el Premio de la Asociación
Moderna de Haiku en 1995.
Los haiku de Hirahata son célebres
por su profundidad y sus evocadoras imágenes.
Un
trozo de espejo...
la hoja arrugada en el suelo
tiembla con el
viento.
El grito de una cigarra
escucho el sonido
mientras
el sol se oculta.
La sombra de un pajarillo
en la
superficie del estanque
como un sueño fugaz.
Noche de
verano
el traqueteo de una rueda de carro
agita suavemente el
polvo.
El viento de otoño
esparciendo hojas rojas
bajo
la luna tranquila.
Las manos de una anciana
doblando la
toalla húmeda
después de la lluvia.
Hospital de
leprosos-
de las olas, una medusa
y los zapatos de alguien
La
corriente del río
las ondas iluminadas por la luna
por las que
salta un pez.
Un campo de arroz
el viento toca los
granos,
meciéndose en silencio.
Un amanecer de
invierno
las huellas en la nieve
desaparecen con el sol.
En
la calle tranquila
el sonido de una escoba de bambú
barre el
crepúsculo.
La lluvia en la ventana
el sonido de los pasos
resuena
en la sala vacía.
Una sola vela
parpadea en la
oscura habitación,
la noche se hace aún más profunda.
Bajo
el cerezo
algunos pétalos cayendo
sobre la hierba
tranquila.
Noche en la orilla del mar
el sonido de las olas
rompiendo
como el latido del corazón.
El olor de la tierra
fresca
el eco de una campana
de un templo lejano.
La
brisa fría de la mañana
el aliento del perro se vuelve
blanco
con el sol naciente.
Una nube a la deriva
un
momento de quietud
en la cima de la montaña.
La pálida
luz de la luna
sombras de bambú susurrando
en el viento
silencioso.
El
sonido de las gotas de lluvia...
la escoba de la vieja
barriendo
el patio mojado.
Un pájaro solitario pasa
volando
la inmensidad del cielo vespertino
se extiende en
vano.
La luz de la luna en el estanque
un pez rompe el agua
quieta
y las ondas se desvanecen.
El sonido del viento
un
tren lejano silba bajo
en el crepúsculo de la montaña.
La
tarde de otoño
el aroma de las hojas quemadas se eleva
a
medida que pasa el día.
En el tranquilo bosque
el canto de
una rana resuena en la noche,
nítido y claro, solo.
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